lunes, 20 de abril de 2009

Relato y fantasía

Los hombres del Mundo Antiguo descubrieron en los relatos fantásticos un medio sumamente eficiente para transmitir su sabiduría de una generación a otra y el éxito de esta estrategia comunicativa estaba garantizado porque la comunicación oral suele fomentar una mayor participación de la imaginación en el desarrollo de nuestras diversas habilidades cognitivas y cognoscitivas.

Pero los griegos también inventaron una serie de discursos que tenían por objeto abrir la discusión sobre la pertinencia de los valores que eran transmitidos a través de los relatos fantásticos dando paso a una compleja ciencia moral y pedagógica que desencadenó en un nuevo tipo de educación que tomó a la escritura como principal estrategia comunicativa.

En la actualidad, muchos filósofos se niegan a reconocer que los relatos fantásticos han desempeñado un papel determinante en el desarrollo cultural de las sociedades. Lo cual, a pesar de todo, no me causa ninguna sorpresa. Vivimos en una época en la que la mayoría de las personas hemos dejado de confiar en las virtudes cognoscitivas de la comunicación oral y hemos trasladado toda nuestra confianza a la escritura. La generalización de dicha desconfianza ha sido consecuencia del trabajo intelectual que muchos hombres realizaron durante siglos con la finalidad de desacreditar las virtudes cognoscitivas de los relatos fantásticos pertenecientes a dichas tradiciones. Pero, aunque puedo llegar a aceptar que existen buenas razones para explicar la generalización de esta desconfianza, no puedo aceptar que ello implique un descrédito definitivo de la eficacia cognitiva de la tradición en general, ni de los relatos fantásticos en particular.

Los relatos siguen desempeñando un papel fundamental en nuestra cognición del mundo y en nuestra auto-cognición; sólo que lo hacen a través de formas emergentes. Además, si un cambio en la estructura cognitiva de las sociedades como éste fue posible, lo fue, entre otras cosas, gracias a la imposición sistemática de un enfoque teórico sobre la vida y sobre el conocimiento que siempre estuvo orientado en contra de los relatos fantásticos provenientes de dichas tradiciones.

Esta desconfianza, aunque puede explicarse, no puede justificarse plenamente. En primer lugar, porque presumir la inutilidad cognoscitiva de las tradiciones ancestrales siempre ha sido una estrategia político-cultural para facilitar la modernización de las formas de producción, administración y comercialización de los bienes terrenales y espirituales; en segundo lugar, porque para convencer a las personas de dicha inutilidad fue necesaria la inserción —en algunas ocasiones poco sutil— de una política de ilustración de los pueblos; lo cual ha sido equivalente a sostener que las viejas enseñanzas tradicionales no caben en un mundo moderno: si quiso suponer que frente a la modernización de las formas de producción, las formas de vida también tenían que modernizarse. Como consecuencia de esta desconfianza, los relatos fantásticos provenientes de comunidades fuertemente tradicionales cayeron en un profundo descrédito. Es muy común pensar que la modernización de las formas de producción es lo más conveniente para toda comunidad humana, pero esto, lejos de ser cierto, es el efecto de una estrecha comprensión de lo que debe implicar la modernización de los pueblos.

Paradójicamente, nuestro conocimiento del mundo y de nosotros mismos sigue gobernado en la actualidad por la tradición. Las tradiciones emergentes son las que han estado gobernando nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos.

Apenas es posible atisbar la perversión que se oculta detrás de los ideales culturales que —durante siglos y en latitudes muy diversas— han suscitado la emergencia de una mortífera necesidad: la Ilustración de los pueblos. Por eso no estoy de acuerdo en que los mitos, las leyendas, los chismes, los cuentos para niños.

Los relatos fantásticos nos brindan una oportunidad insustituible para concebir aspectos de la realidad que no son evidentes para nuestra inteligencia ilustrada.


Lunes 20 de abril, en la Ciudad del Sinsentido

domingo, 19 de abril de 2009

Voluntad e imaginación

Hay una extraña fuerza en la imaginación de uno mismo: el poder de la tansformación, del cambio, de la realización de la fantasía por encima de toda expectativa... La imaginación, en su extraordinario maridaje con la voluntad, son todo lo que necesitamos para vivir en un derroche continuo de alegría, de pasión sin tregua, de gozo y dicha.

En silencio

Cerradas las puertas aguardo en silencio.
Entrará el primero que sepa llamarme,
cerradas las puertas...
¡Abre!


Aguardo dos manos que no matan pájaros.
Si llegan, la puerta se abrirá sin llave.
¿Eres tú quien pasa?
No pierdas la hora,
¡Abre!


Huye, si las manos
tuviste algún día manchadas de sangre;
cansarás ganzúas y músculos firmes;
llavero, no sirve tu llave,
no insistas,
No abre...


¿Conoces la puerta? De rosas azules
la tejió Esperanza
—La esperanza es grave—
si sabes que importa cegar sus pupilas.
Abre...


Este es el momento.
Yo te daré todo cuanto pueda darte;
mi corazón tiene dos alas sin dueño;
mírame hacia adentro...
Abre...


Hallarás un tibio momento de sueño,
bellamente suave,
tan fino que acaso matarlo pudiera
la puerta que ahora, Dios mío,
se abre.

Oh, no des un paso, llavero, suspende...
Es verdad que aguardo temblando me llames...
¡Llavero... llavero... no muevas la llave!


—Alfonsina Storni—

domingo, 12 de abril de 2009

Fuerzas armónicas del alma (1)

El silencio y la risa son fuerzas generadas por el movimiento armónico del alma, incluso cuando parecen el mero resultado de una inquietud. Además no sólo son ejemplos de una actividad anímica, sino poderosas formas de una actividad desplegada con inteligencia y algún tipo de goce. Quizá por eso la risa y el silencio conforman espacios ideales para la invención de lo humano.

sábado, 4 de abril de 2009

Sobre el porvenir de nuestras escuelas en la ciudad del sinsentido

por
Rafael Ángel Gómez Choreño

Ilustres oyentes, el tema sobre el que tenéis intención de reflexionar conmigo es tan serio e importante, y en cierto sentido tan inquietante, que también yo, como vosotros, prestaría atención a cualquiera que prometiese enseñar algo al respecto, aun cuando se tratara de una persona muy joven, y aun cuando debiera parecer totalmente inverosímil que ésta, espontáneamente y con sus propias fuerzas exclusivamente, pudiese ofrecer algo suficiente e idóneo para semejante problema. Sin embargo, es posible que haya oído algo verdadero con respecto al inquietante problema del futuro de nuestras escuelas, y quisiera ahora contároslo nuevamente a vosotros; es posible que haya tenido maestros importantes, a los cuales convendría ya en mayor medida profetizar el futuro, inspirándose, igual que los aurúspices romanos, en las vísceras del presente.

En efecto, soy consciente de cuál es el lugar en que ahora insto a una reflexión general sobre aquella conversación y a un examen amplio de ella: verdaderamente, se trata de una ciudad que intenta fomentar -en un sentido incomparablemente grandioso- la cultura y la educación de sus ciudadanos, en tal medida que puede incluso provocar rubor a Estados más grandes. Así, pues, en este lugar por supuesto que no me equivoco al suponer que donde se hace tanto por estas cosas se debe pensar otro tanto sobre ellas.

Friedrich Nietzsche

Sobre el porvenir de nuestras escuelas, 
Primera conferencia



Hoy parece algo tan importante la educación de la juventud, que resulta impostergable decir que ese es tan sólo nuestro primer problema. Todo simulacro provoca una herida profunda en el entendimiento de un problema, porque resulta inevitable su efecto de distorsión en nuestra percepción del problema. Y ahora el simulacro es ese estar preocupados por la "educación de los jóvenes". Pues, ¿qué tipo de preocupación es ésta con la que se busca que los jóvenes en México tengan clases de civismo en lugar de las de filosofía? ¿De qué se puede tratar en el fondo una reforma con semejante efecto práctico en los planes de estudio? ¿Será que el aprender a ser un buen ciudadano ha quedado nuevamente separado de la formación del pensamiento?

Yo no creo oportuno jugar, como algunos filósofos ya lo empiezan a hacer, con el pesimismo y el entusiasmo frente al cambio de los tiempos. Hoy no estamos ante un problema que pueda abordarse desde el infantil dilema entre ser un pesimista o ser un entusiasta. Se necesita poner en escena todo lo que los simulacros quieren sacar del teatro. Y aclaro que no se trata de desocultar la verdad, sino de poner las cartas sobre la mesa. Hoy nadie se está mostrando realmente interesado por la educación de la juventud. Unos quieren defender su empleo o el empleo de sus alumnos; otros quieren aprovechar el momento políticamente; algunos otros quieren curar sus desconcierto e incertidumbres. Pero pocos se preocupan por lo que quiere el Gobierno con una reforma que desaparecerá unas materias para imponer otras.

Es evidente que la Secretaria de Educación Publica quiere resolver varios problemas de un sólo golpe.

Por un lado, el Estado está buscando reorganizar los objetivos y los contenidos de una no tan vieja planeación curricular para hacer posible un nuevo tipo de "educación cívica", una acorde con la débil ideología de un puñado de personas que apenas quieren algo para su propio bienestar, así que ya ni siquiera vale la pena preguntarse sobre lo que quieren para el bienestar de todos nosotros. En tal caso, el problema no sería la reforma en sí, sino la idea misma de una "educación cívica". Incluso, en la imaginación de un futuro completamente feliz, puedo recoger ese infantil entusiasmo de quienes esperan poder aprovechar la ocasión, para llevar a cabo una reflexión profunda sobre la enseñanza de la filosofía, y hacer de todo el problema una oportunidad invaluable para construir un nuevo modelo educativo en el que la filosofía por fin ocupe el lugar que se merece; pero aun así el problema que persistiría es la idea de "educación cívica" del Gobierno. Quizá esto resulte decepcionante para los entusiastas, pero de nada servirán las buenas ideas sobre la enseñanza de la flosofía si antes no se problematiza lo que el Estado entiende por "educación cívica".

Por otro lado, la reforma quiere ensayar una solución al viejo problema del perfil profesional de quienes deben impartir las materias organizadas disciplinarmente. De facto, durante décadas enteras, en muchos lugares del país, los directores o coordinadores académicos, así como los inspectores de la SEP, se han tenido que hacer de la vista gorda con el hecho de que muchos de los profesores que imparten ciertas materias no cubren el perfil profesional requerido. El problema, sin embargo, lejos de ser solucionado, le ha dado al mundo su propia solución: es mejor disolver el requisito de un perfil profesional específico para cada materia; que sean los contenidos temáticos y problemáticos de las asignaturas los que marquen el perfil del maestro. Para hablar de una postura ética frente a un problema político, quizá sea mejor llamar a un candidato a presidente municipal o a cualquiera que crea tener algún conocimiento sobre el asunto o una postura ética. Y si el problema de la asignatura es el narcotráfico, pues quizá sea mejor llamar a un experto para que de su opinión (el sacerdote del pueblo, el policía municipal o el buen narcotraficante que haya donado unas sillas a la escuela). El problema de fondo, en este caso, es uno mucho más profundo: ¿quién educa y cómo lo hace al profesor de bachillerato? ¿Según que criterios y con qué objetivos? Pues así como no basta un título para asegurar una buena docencia, también es cierto que hay cosas con las que no pueden, por más que quieran, los buenos maestros del país: sujetos siempre en las complejas relaciones de poder que se cifran entre los absurdos programas de las materias (bajo el completo control del Gobierno Federal) y la eterna necesidad de conservar un trabajo (que lo mismo los somete a las políticas sindicales que al despotismo de sus alumnos: sus verdaderos jefes en la empresa..., perdón escuela).

Finalmente, también me parece evidente que el Gobierno ya se propuso resolver su compleja relación con la Industrial Editorial a través de esta reforma. Pues al orientar la programación de las materias y la misma planeación curricular a la reflexión de los temas de actualidad, resulta imposible usar un mismo libro de un año a otro; ya que estos tendrán que actualizarse todo el tiempo, liberando y movilizando la industria de los libros de texto. Y esto no sólo está pasando a nivel bachillerato, también pasa a nivel primaria y secundaria. Lo cual no está del todo mal, pero ¿cuáles son los compromisos que las editoriales van a crear con el país tras incentivar el crecimiento de su industria de semejante manera, con una apuesta tan alta, con un costo-riesgo tan elevado?

Por el lado de los filósofos, el problema no es menos grave. ¿Qué es lo que realmente nos preocupa? ¿La enseñanza de la filosofía, la competencia en el mercado laboral o la formación del estudiante de bachillerato? Hay muchas observaciones críticas que hacer a los actuales programas de las materias de filosofía que se imparten a nivel bachillerato, y no son pocas las observaciones críticas que también habría que hacer a la docencia que realizamos los filósofos en general. Pero antes de desatar al Diablo, parece conveniente descarar las intenciones, las pasiones y los intereses.

Sí es un problema laboral y los filósofos, como gremio, tendrán que reaccionar inteligentemente ante aspectos técnicos muy concretos de la reforma propuesta. ¿Si hoy dejan que el único nicho laboral para el estudiante de filosofía desaparezca, lo que sigue es su sutil desaparición como carrera universitaria? La filosofía académica por fin ha llegado al día de su juicio final. El cuestionamiento radical a los filósofos por parte del Estado, aunque posiblemente esto haya sido de manera inconsciente, consiste en no tener claro cuál es la utilidad de la Filosofía para la vida, para la formación del individuo, para el cuidado de la ciudad. Y al poner algún énfasis en la importancia transversal de la filosofía en el diseño del perfil curricular del bachilleraro, están cuestionando sobre todo la docencia del filósofo y la organización disciplinar de la filosofía, más que a la Filosofía misma. La marginación en la reforma es pues para los filósofos y no tanto para la filosofía. ¿Estaremos preparados para responder como filósofos a un cuestionamiento tan profundo? ¿Qué importa si esto que digo era realmente un objetivo del Gobierno? El hecho y el rumbo que han tomado las cosas, nos colocan justo ahí y hacen ineludible la cuestión.

¿Tenemos algo que ofrecer a la juventud?

Quizá el futuro de la enseñanza de la filosofía deba estar en unas manos distintas a las del filósofo o en las de un verdadero filósofo. ¿En dónde está el verdadero reto de nuestros tiempos?


Ciudad del Sinsentido, 4 de abril de 2009.